02 marzo 2009

"Un enfado de dios padre"



Por Cofrade Silla Jotera

Ante sus constantes negativas, el padre Viriato se hartó y golpeó con la cruz y con furia la cabeza de Crispín. Y se la partió en dos como el que abre una nuez. Escondió el cuerpo del monaguillo en el armario de las túnicas y se dispuso a dar misa.

Durante la misa se hizo un pajote consolador a resguardo del altar. Luego, durante las confesiones, el padre Viriato se la hizo chupar por Amparín, la hija púber del alcalde, y por la señora Paquita, la ciega a la que había explicado que chupar cirios no era una desviación, sino el carril señalizado de la autopista directa al cielo salvador. De remate había enculado a la mujer del médico, y luego se había limpiado los trozos de mierda que le quedaron en la polla en el coño de doña Virtudes, la farmacéutica.

A la hora de la merienda el padre Viriato se acercó al Casino. El alcalde, el médico y el farmacéutico, que jugaban al guiñote en una mesa, invitaron al padre a acompañarlos, y este aceptó. Y qué, le inquirió el alcalde, como lleva la catequesis mi Amparito. Bien, hijo mío, es una chica muy aplicada, aunque por la edad que tiene conviene estar al tanto para alejarla de las tentaciones. Mi mujer, dijo el médico, está muy contenta con sus servicios evangélicos, dice que con usted la parroquia ha cobrado nueva vida. Ay, hijo, que ejemplo es tu mujer, que santa abnegación la suya… La mía si que está contenta, terció el farmacéutico, si hasta dice que ahora irá a ayudarle a la misa de maitines, ¿pero eso aún existe, padre? A quien madruga, hijo mío…

En esas entró en el Casino la señora Paquita y comenzó su habitual ronda de venta de cupones de la Once por las mesas. Cuando llegó a la de nuestros amigos, dijo La niña bonita, llevo la terminación de la niña bonita. Danos uno a cada uno, dijo el alcalde, hoy invito yo. Mientras repartía los cupones la ciega se dirigió al padre Viriato. ¿Ha visto a usted al Crispín, padre?, hace rato que terminó la misa y me ha dicho su madre que aún no ha vuelto a casa. Ay, hija, ese Crispín es un bicho de cuidado, figúrate que esta tarde no se ha presentado ni a dar la misa.

Y entonces entró Crispín en el Casino. Llevaba el crucifijo del padre Viriato clavado en el cráneo, o mejor en el mismísimo cerebro, porque el cráneo lo tenía partido en dos como una nuez. La sangre le chorreaba por todo el cuerpo, y una de sus arterias hasta parecía una fuentecilla. Y sin embargo allí estaba, caminando hacia la mesa de nuestros contertulios que, atónitos como todo el Casino, aguardaban el desenlace de aquel momento terrorífico.

Cuando Crispín llegó a la mesa dijo, Padre, no se enfade usted que ya se la chupo, y se desplomó.

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