02 marzo 2009

"Meta meta"



Por Cofrade Hama K

Treinta y seis. Cierro los ojos, respiro profundamente, intento concentrarme. Pienso en un prado verde, un inmenso prado de lomas suaves que se pierde en la lejanía, salpicado aquí y allá de rojas amapolas, y por él camino, bajo un cielo azul en el que se funden holgazanas nubes de algodón de caprichosas formas. Me tumbo sobre la hierba, siento su frescor, su olor a tierra mojada, y dejo que invada mis sentidos mientras boca arriba observo las nubes, esa tiene forma de borreguito, esa semeja la cabeza de un león, mira cómo lentamente va cambiando, ahora parece un laúd, ahora una granada... Mientras, del bosquecillo cercano me llega el murmullo de un arroyo cuya agua cristalina ha de saciar mi sed. Me levanto, avanzo hacia el bosque, penetro en él, los rayos del sol se filtran entre las ramas de los sauces. En un recodo, el arroyuelo se recoge en caprichosos meandros, resultando un pequeño embalse natural que me invita al reposo. Agacho mi cabeza hasta rozar la superficie del agua con mis labios. Bebo calmadamente, saboreando cada trago para descubrir los sabores del bosque escondidos en cada gota, y luego me desnudo, me introduzco lentamente en el agua. Está fría, y su frescor es un bálsamo para mi ánimo, recobro mi vigor, sereno mi espíritu, dejo volar la imaginación, pienso en faunos que al son de sus pífanos hacen danzar unicornios, pienso en ninfas que con dulces, puras, frágiles voces entonan delicados cantos y hechizan humanos que ya nunca podrán regresar, y la magia del instante me captura en un momento de intensa felicidad. Entonces me corro.

Me corro y grito: treinta y siete. La saco. Viene el árbitro, inspecciona mi polla, inspecciona el coño de la hembra y dice: válido. Miles de gargantas rugen al unísono, el estadio se viene abajo. Abro los ojos. Miro el cronómetro en el panel gigante, marca ochenta minutos con veinticuatro segundos, veinticinco, veintiséis. Miro a la hembra en la que me acabo de correr, cómo rauda se levanta y es sustituida inmediatamente por otra, miro la hilera de las que esperan, con sus dorsales respectivos, hasta el cincuenta. Ya no quedan tantas. El anterior campeón lo consiguió en ciento veinte minutos, llevo buen promedio y le puedo batir. Examino mi polla. Tengo una rozadura debajo del glande, está empezando a dolerme, pero creo que podré resistir. La unto con una generosa dosis de vaselina y se la meto a la hembra con el dorsal treinta y ocho. Cierro los ojos, respiro profundamente y vuelvo a concentrarme. Esta vez estoy en el porche de una casa sureña, tocando un blues con mi vieja guitarra, sentado en una mecedora; empiezo a balancearme al son de la música...

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