02 marzo 2009

"Las manos"



Por Cofrade Tamburete Kid

Apenas sentía dolor. Los calmantes estaban haciendo su efecto. Ahora se encontraba medio adormecido, como en un mundo de brumas. Se llevó la mano a la cara y comprobó que la tenía vendada, especialmente los ojos. No podía recordar lo sucedido. Tenía la imagen de las luces del otro vehículo acercándose a gran velocidad. Luego, fragmentos desordenados, pequeñas imágenes, de luces y personas, luces rojas intermitentes, las luces blancas del techo del hospital, de personas desconocidas, la cara de un camillero, el blanco de su uniforme… Y dolor, mucho dolor, por todo el cuerpo, pero sobre todo en la espalda y en la cara. Se durmió, se despertó y se volvió a dormir. Los recuerdos de lo vivido se mezclaban con lo soñado. Notó una mano sobre la frente. Era una mano fría y distante, de hombre, dedujo por la voz que sonó en el aire. Otra vez el sueño, los sueños. Alguien le arregló la ropa, las sábanas, eran unas manos fuertes, enérgicas, unas manos que se detuvieron en su pelo y le apartaron los mechones de la frente. Eran manos de mujer, olían a ropa limpia, a desinfectante, eran manos de enfermera, un profundo silencio dominaba la estancia, debía ser de noche. Sí, aquellas manos eran de la enfermera de noche. ¿Cuánto tiempo llevaba allí, en aquel estado?
Y aquel sopor, de nuevo el sueño, los sueños, la nada… Le despertó una voz lastimera. No tardó en reconocer aquellos lloros, eran de Marta, su prometida. Quiso decirle que no llorara, que él estaba bien, sólo un poco dormido, pero las palabras no llegaban a los labios, desaparecían antes de llegar a la garganta, en algún lugar de su mente, entre las brumas. Luego el olor de las manos de Marta acariciándole el brazo. Conocía el tacto ligeramente húmedo y delicado de su novia. Le confortó, y la sensación le recorrió el brazo hasta llegar a la nuca. Se volvió a dormir. Cada vez eran más cortos los espacios en los que se encontraba consciente. La mayor parte del tiempo todo era permanecer en un espacio intermedio, un limbo de los sentidos. Vio pasar fragmentos de su vida, y a si mismo viéndolos pasar. Se vio sobre la cama en la habitación del hospital, como si él estuviera tumbado en el techo. Esta vez notó unas manos que le acariciaban la frente, los dedos entreteniéndose, enredándose en su flequillo. Supo que aquellas manos eran las manos de su madre. El olor de aquellas manos le inundó hasta cubrirle por completo. Por un momento recordó el día que enterraron a su madre y cuanto la había echado de menos. Sabía que esta vez no estaba despierto. Nunca más. Luego vio una luz blanca y brillante. Murió a las cinco de la mañana. A la misma hora que lo hizo su madre tres años antes.

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