02 marzo 2009

"La vuelta al día en 80 mundos"



Por Cofrade Hama K

“Existen otros mundos, pero están en éste. Algunos tienen nombre, incluso habitantes. Algunos son felices, otros no, que ya se sabe que en todas partes hay problemas. En contra de lo que opinan y defienden algunos de ustedes, es posible visitarlos, y así me propongo hacerlo, aceptando el desafío arrojado por algunos colegas de esta Liga Secreta, que hablan del hermetismo y la impenetrabilidad de estos mundos, así como de la imposibilidad de describirlos. Por lo que en un tiempo no superior a las veinticuatro horas o mil cuatrocientos cuarenta minutos me propongo proceder a la visita y descripción de, en números exactos, ochenta de estos mundos, utilizando como único medio de transporte los trances inducidos por las pastillitas del Doctor Leary, siendo así consecuente con su admonitorio slogan Viaje sin salir de casa”.

“El primer mundo se llama López y es un tanto redondo; lo habitan exclusivamente dos clases de hongos, que son de distintos colores y se discriminan con obstinación. Crecen bajo la lluvia ácida y no cabe plantearse si son comestibles o no, porque en definitiva se trata de los habitantes del mundo López y tampoco se trata de devorarlos por el simple hecho de que sean hongos”.

“El segundo mundo está bastante bien. Se llama Abisinia de Noche y tiene sinfonolas con los hits del momento, futbolines, mesas de ping-pong y de billar, tragaperras, pinballs y máquinas con lusesitas de colores. La gravedad cero complica un tanto las partidas, así como la actitud de los aborígenes, que siguen un peculiar credo según el cual: uno, perder es ganar, dos, más es menos y tres, Dios manifiesta sus voluntades por medio de las bolas de pinball. Según lo que tarde una bola en ser engullida, así será tu experiencia vital, tu suerte, tu destino y tus posibilidades de obtener partida gratis en la máquina de orgasmos. Y ya se sabe que en esta vida no se puede tener todo”.

“El tercer mundo está en mi barriga, se llama Estrellamichelín y lo descubrí un día que inspeccionaba las grasas que en loca cadencia se desparraman minuto a minuto a lo largo y a lo ancho de mi humanidad. Su único habitante es una ameba unicelular insaciable que absorbe y digiere todo cuanto se acerca a unas pocas millas de su campo gravitatorio, sean BigMacs, alubias con chorizo, puré de guacamole, polvo cósmico, piedras, chatarra, basura orgánica, envases reciclables o mierda variada no reciclable. Podría aniquilarla, pero no sin provocar mi muerte al mismo tiempo, por lo que he aprendido a convivir con ella”.

“En el cuarto mundo habita el Niño Cabezudo. Tiene bastante mala leche y no admite visitas de manera indiscriminada. Hay que negociar, y sus exigencias varían caprichosamente según el día y su estado de ánimo. De la misma manera, el Niño Cabezudo otorga a su mundo un nombre aleatorio, que suele cambiar según su humor. La última vez que le visité, le llamaba Mundo Lpzfhgs, pero dudo que aún recuerde la combinación de letras que para la ocasión barruntó. El Niño Cabezudo es de por sí obstinado, terco y cabezón, y para obtener su permiso de semejante guisa hay que hablarle: Niño Cabezudo, Niño Cabezudo, ¿qué podría entrar un rato en tu mundo? El va entonces y pone precio a la visita, y uno puede aceptar. O no. Según lo que pida, porque a veces se pasa un huevo”.

“En los aledaños del quinto mundo un indicador reza Cuidado con el Mundo Pérez, pues ese es el nombre del quinto mundo, y realmente hay que tener precaución si uno está dispuesto a hollarlo. Todas las substancias de este mundo, absolutamente todas, son alucinógenas, y no necesariamente deben ser tragadas, basta con tocarlas, algunas de ellas incluso basta con mirarlas. Es por ello que muchos osados mundonautas permanecen y permanecerán irremisiblemente atrapados en él, perdidos en recovecos de dimensiones imposibles, ciegos, sordos e insensibles a toda percepción habitual, porque han abierto puertas que se han cerrado y desaparecido a sus espaldas, y ahí están, esperando el advenimiento de un Ulises que ilumine su camino de regreso a casa. Así es Mundo Pérez. Yo, por si acaso, me lo miro desde fuera”.

“Al sexto mundo todos lo llaman Lucy-In-The-Sky y tiene géisers de CocaCola, dunas de helado de nueces de Macadamia, estanques de Bayleys y cosas asín. Siempre que voy acabo colgado en el autocine, viendo una de miedo con una rubia tontita en el asiento de atrás. Olvidaba mencionar que todos los habitantes del Mundo Lucy-In-The-Sky son rubias tontitas con cuerpazos tremendos, y todas se llaman Lucy. Aunque hay que decir que una vez te has tirado a una, te las has tirado a todas. Están interconectadas entre sí y cuando una tiene un orgasmo, las demás pues también; puede sonar guay pero en la práctica resulta un tanto engorroso”.

“En el séptimo mundo, que se llama González, están muy avanzados tecnológicamente, pero ahora mismo andan muy liados y no es recomendable visitarlo. Pasa que solucionaron el tema de la muerte, o dicho de otra manera, descubrieron la inmortalidad. De paso, también solucionaron lo de la resurrección y tomaron algunas decisiones equivocadas que los están llevando de cráneo. Por ejemplo, en un exceso de optimismo resucitaron a todos los muertos desde el inicio de su mundo. Eso trajo dos problemas: por una parte, los suicidas argumentaron que con qué permiso se les había devuelto una vida que no deseaban, y lo que era peor, para siempre –puesto que ahora eran inmortales-. El Gobierno debe ahora afrontar cientos de miles de demandas de indemnización por daños y perjuicios morales a los suicidas. Por otra parte, todos aquellos que en su momento fueron asesinados han reclamado ahora justicia para con sus asesinos, para los que exigen cadena perpetua, ya que no pueden solicitar la pena capital, por lo de la inmortalidad. Lo cual significa que el Estado debería afrontar eternamente los gastos de alojamiento y manutención de montañas de pérfidos asesinos. O sea que hay un lío que te cagas. Y como siempre acaba cotizándose y apreciándose aquello que es escaso, en este mundo lo que ahora priva es ser mortal. La mortalidad cotiza a la alza, prométale a un gonzaliano una bonita muerte y éste le ofrecerá riquezas sin límite”.

Y asín seguí y seguí, hasta que por fin, pasadas veintitrés horas y unos cuantos minutos alcancé, si bien no el último de los mundos, sí el mundo que hacía ochenta y que a la postre iba a ser el último que visitara y describiera. Y así hablé de él:
“El mundo que hace ochenta es la Nada y me es terriblemente familiar puesto que acostumbro a frecuentarla. Su puerta de entrada está en un agujero del bolsillo de mi bata de laboratorio, su puerta de salida es el agujero del culo de nuestro colega, Sillón J, o Silla Jotera, como le gusta a él denominarse. La Nada no tiene habitantes, mejor dicho, no tiene habitantes fijos; quien cae en ella la habita durante un tiempo, pero a la que puede aprovecha la oportunidad de huir, nadie permanece por su gusto en la Nada. Aunque cabe decir que yo me he familiarizado con ella y puedo pasar allí largas temporadas; sin embargo, para hacerlo más llevadero aconsejo proveerse de algunos gadgets de entretenimiento: un cuaderno de sudokus, una casette de Los Manolos, una peli del Torrente, una revista guarra, en fin, cada uno según sus gustos. Y ya está, son las veintitrés horas cincuenta minutos; me ha sobrado tiempo y todo. Señores, he ganado”.

Y eso fue lo que les conté a los colegas en la secreta sede de la Liga Secreta De Escritores y asín fue como gané la apuesta a aquel otro tipo, un tal Julius, que salió hace ochenta y un días y todavía no ha vuelto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me fascina!!!!