02 marzo 2009

"Días de radio"



Por Cofrade Silla Jotera

Mientras las muñecas de Famosa se dirigían al portal de Belén y los soldados volvían a casa para comer sus turrones, Dionisi caminaba por la calle de Santa Angustias en dirección a la Bodega Chica. La proximidad de la parroquia de Santa Angustias trastornaba la habitual tranquilidad de la calle y del ocaso de la tarde, pues era en las cercanías de la parroquia donde se instalaban los tenderetes navideños del barrio, los puestos de artesanos con sus casitas, figuritas, lucecitas para el pesebre, musgo y muérdago, velas, bolas y espumillones; la caseta de la castañera, el puesto del churrero que en esos días se trasladaba desde la plaza Negra hasta la parroquia, y los puestecillos, a veces un simple mantel lanzado al suelo, de las gitanas que vendían calcetines, bragas, guantes y bufandas, de primera mi vida de primera, mira que calidá.

Dionisi avanzaba entre la alterada multitud con las manos en los bolsillos y rezongando, hacía frío, y maldita navidad, si por él fuera la navidad no se celebraba, es más, se prohibía. Una vez, con unas copillas de champán de más, se lo dijo a su futuro suegro durante la comida de Sant Esteve, y la que se lió fue gorda, de demonio ateo y pecador nindundi parriba, hasta que a su suegra le dio el arrechucho de todos los años y se puso a decir que con los disgustos que le daban aquellas iban a ser sus últimas navidades, y se desmayó, se puso a temblar y a babear con los ojos en blanco, y entre hipidos iba diciendo Jesús recógeme, Jesús llévame, soy tuya Jesús. Esa navidad la culpa fue de Dionisi, como la anterior había sido de su cuñado Ramón, y la anterior de su cuñada Patro, y la anterior… Dionisi tenía claro que la culpa era única y exclusivamente del tal Jesús. Por desgracia se le ocurrió decírselo a su novia, ¿y si ese tal Jesús al que siempre invoca tu madre no es el hijo de dios, si no el butanero? Se lió otra gorda.

Fue un placer entrar en la bodega, abandonar la algarabía navideña de la calle y su frío, ingresar en el reconfortante calorcillo del espirituoso local. Era la bodega el típico establecimiento del siglo anterior que mantenía su espíritu, aunque renovado, de barrio y comunidad humilde. La pequeña barra de mármol, latón y madera, las viejas barricas de roble detrás y en lo alto, las grandes neveras de hielo con las puertas ya poco estancas, la estantería con botellería variada, el mueble con latas y encurtidos, las mesas de mármol redondo y picado, las sillas de madera y metal viejo. Y el olor a vino, a vermú, a cerveza, a olivas y atún, a vinagreta, a queso y jamón, a anchoa… Por dios que bonito, se dijo Dionisi mientras se quitaba la zamarra, pero poco duró la belleza, pues pronto se dio cuenta de que la navidad no se había quedado en la calle. Sobre uno de los grandes barriles que había en la bodega puestos de pie, a modo de mesa, se alzaba un pesebre, un pesebre grande, más que grande exagerado, más que exagerado absurdo, pues estaba absolutamente abigarrado por muchas figuritas de muy diferentes tamaños y estilos. Junto a un diminuto niño jesús una virgen descomunal, a su vera un toro con banderillas en lugar de un buey, los tres reyes eran de distintas estaturas, uno de ellos casi no se veía y hasta su camello era más pequeño que el paje, incluso más pequeño que las ovejas de los pastores, aunque ovejas había pocas y proliferaban los cerdos, alguno más grande que el puente del río, río que aparecía y desaparecía a capricho y sin excusas decorativas.

Había más navidad, sobre una de las neveras había una cesta navideña descomunal, una panera, también exagerada aunque nada absurda. Turrones, polvorones, barquillos, latas de olivas, mejillones, berberechos, espárragos, alcachofas, atún, salchichones, chorizos, quesos, un paquete de café molido, botellas de champán, de vino, de vermú, de anís y coñac, de ginebra y whisky, y el jamón, un jamón.

Y aún había más. Por la radio se escuchaba el Está como nunca, luego la canción del flan del chino mandarín, y luego sonó la voz de Joaquín Prat dirigiendo su programa Ustedes son formidables. Es navidad, decía la voz de Joaquín Prat sobre la melodía apagada de un villancico, tiempo de recogimiento, reflexión y eucaristía, pero también es tiempo de alegría y reunión, tiempo para la familia, los seres queridos, los amigos, para pensar en ellos, y hacerles los mejores regalos, los regalos de Jorba Preciados, corbata caballero desde 25 pesetas bolsos y complementos para señora desde 30 pesetas y todo para los jóvenes y los más pequeños… ¡a precios navideños!, a belén pastorcillos, rin rin.

Y para nosotras qué, protestó desde detrás de la barra la Luisi, la hija del bodeguero. Para los jóvenes y los pequeños, y nosotras no existimos. La Luisi siempre estaba igual, protestando porque era chica, o mejor dicho, protestando porque las chicas no eran como los chicos, o mejor dicho, porque a las chicas no las trataban igual que a los chicos, ni a las chicas, ni a las mujeres. Decía que era feminista, feminista, y su padre y los amigos de su padre y la mayoría de los parroquianos de la bodega se reían y le decían si hija, si, feminista, como esas que salen en la tele diciendo que hemos de fregar los platos, claro maja, ya encontrarás novio, ya te pondrá la vida en su sitio, anda y ponte unos vermús. Feminista. A Dionisi le hacía mucha gracia lo que decía la Luisi sobre las mujeres, sobre su valía, según ella superior a la de los hombres, y como lo decía, más convencida que el mismo Papa de la existencia de dios. Y es que, bien pensado, Dionisi no andaba muy lejos de pensar lo mismo, ya de niño lo pensaba, que las mujeres son mejores que los hombres, más guapas, más listas, más divertidas, más pacientes, más limpias, y saben curarte una herida y ponerte la cena. Los hombres qué saben, irse al bar y hablar de fútbol, a veces tampoco saben pero hablan de fútbol. Las mujeres son mejores. Por ejemplo, Dionisi conocía a más mujeres lectoras que hombres, vale que no leían a Dostoievski, pero leían. Y en fin, que sólo había que leer un poco para darle la razón a la Luisi, la historia estaba plagada de grandes mujeres, escritoras, pintoras, intelectuales, científicas, heroínas… que fueron tratadas injustamente. Si.

Dionisi se acercó a la barra. Qué, le dijo a la Luisi, en la lucha. Si es que no hay derecho, es que somos invisibles, y eso que el Joaquín Prat es un moderno, pero ná. Mujer, ya verás como esto cambia, te digo yo que el futuro será de las mujeres. La Luisi miró a Dionisi con sorna. Tú me caes simpático Dionisi, pero, con todos mis respetos, ya me dirás si debo fiar la liberación de la mujer a tus impresiones, las de un hombre. Chica, yo lo digo por animarte, si vosotras no tenéis fe ya me dirás. Fe, fe, la fe es para la religión, lo que las mujeres de hoy en día queremos son hechos y derechos, no milagros. Bueno, no llegue la sangre al río Pisuerga pasando por la Pilarica, ponme un vermú y dos anchoas. Y en la radio Joaquín Prat, señora señora la olla a presión magefesa le permitirá tener la cena de navidad en el momento justo a su punto y con la confianza de una gran marca magefesa la madre de familia ideal tiene una olla magefesa, rin rin yo me remendaba yo me remendé.

Cuando Pepón entró corriendo en la bodega en la radio sonaba Palito Ortega, y ya estaba Dionisi en su mesa de siempre, con su vermú y sus anchoas, leyendo el Noticiero Universal del día anterior. Llegó Pepón con la lengua fuera y sudando, con ese frío. Pero chico. Que me persigue la Marga, oye, que me meto en el lavabo y si entra y pregunta le dices que no me has visto, y tú Luisi otro tanto, si entra la Marga no me has visto. Y salió corriendo Pepón a encerrarse en el lavabo. Al poco entró la Marga, que al ver a Dionisi en su mesa se dirigió hacia allí, hola Dionisi, ¿has visto a Pepito? Hola Marga, chica, que sorpresa, pues, pues no, no he visto a Pepón. Y tú Luisi, ¿has visto a mi Pepito? Dionisi se temió lo peor, a ver cual era el límite de la solidaridad femenina. Querrás decir a Pepón, porque será TU Pepito pero aquí en la bodega siempre ha sido Pepón, y no le he visto a tu Pepito. Bueno chica, tú siempre con tus humos, para preguntarte nada. Y cantaba Palito Ortega en la radio: y te vas, y te vas al cielo vestida de novia te vas, y un coro muy triste de ángeles sollozan la marcha nupcial, y te vas, y te vas al cieloooo…

Por suerte para Pepón, para la Luisi la Marga era el límite no ya de la solidaridad femenina, si no del mismo feminismo, el tipo de mujer que según la Luisi impedía al movimiento feminista su expansión. A la Marga se le conocían novios desde que tenía catorce años, una caterva, dejaba a uno y cogía a otro, así como se dice, dejaba y cogía. Y mientras los tenía cogidos era pegajosa, absorbente, egoísta, malintencionada, y sólo cuando los dejaba era una buena chica, más que nada porque permitía a los desgraciados regresar a la vida. Nunca más, decían, y seguro que no me caso en mi vida, pero siempre había uno nuevo dispuesto a ennoviarse con la Marga. Claro, estaba jamona de cuidado, pero jamona jamona, y había que ver como vestía, en plan extranjera, marcando jamones. Lo raro, es que picara Pepón.

Te prometo, le dijo Pepón a Dionisi, ya sin refugio y tomándose una cerveza, que no tengo nada con la Marga, bueno, un arrechucho que le dí el otro día en el Records, pero nada, vamos, bailando, pero una rápida, eh, bailando pues le toqué el culo y luego con las lentas pues, bueno, unos morreos y un arrechucho, pero nada, que me tuve que ir a sacar la furgoneta para el reparto, de verdad que me fui y ella se quedó en el Records, lo que pasa es que ahora cada vez que me ve sale corriendo detrás mío, hijo que angustia. Pues que esperabas, le dijo la Luisi sirviéndole sus dos anchoas, ahora la fresca va por el barrio diciendo que eres SU Pepito. ¿Pepito? Si, Pepito, SU Pepito. Ay, mi madre. Si es que sois unos brutos y unos descerebrados, dijo la Luisi regresando a la barra. Pues una de dos, le dijo Dionisi a Pepón, o le dejas las cosas claras o te veo de novio. Pero tú te crees que a esa chavala se le puede aclarar algo.

Entró entonces en la bodega, también corriendo, un señor con gabán, y una cartera negra que abultaba como si llevara dentro los planos de todos los pantanos de España. Pues que pasa hoy, dijo la Luisi, que parece que se celebran los mil metros navideños. Ayúdeme señorita, dijo de pronto el señor del gabán con notable angustia, ocúlteme por lo que más quiera. Pero… La Luisi miró a Dionisi y Pepón, que desde su mesa observaban como el señor del gabán se llevaba la cartera al pecho y la apretaba con todas sus fuerzas. Ayúdenme señores, les dijo cuando reparó en ellos, necesito que me oculten por favor, por favor. El señor comenzó a temblar visiblemente. Pero de quién se ha de ocultar. Me persiguen dos hombres, dos hombres terribles. Jesús, dijo la Luisi. Ayúdenme, si me han visto entrar estarán a punto de aparecer. Pero. Por favor. Anda Luisi, déjalo que se oculte en el lavabo, intervino Pepón. En el lavabo no, dijo el señor, ellos siempre miran en los lavabos. Pues… en el almacén.

Busca en las cosas sencillas y encontrarás la verdad, cantaba Karina en la radio, cuando entraron en la bodega. Dionisi enseguida tuvo claro que eran ellos, los que perseguían al señor de la cartera. Iban vestidos con traje de rayas, uno negro y el otro marrón, uno era alto, fornido, con hechuras y nariz de boxeador, el otro también era alto, pero delgado como un alambre, como un alambre de acero en continua tensión, pensó Dionisi. Los dos matones se detuvieron junto a la barra y echaron una ojeada al local, parecieron extrañarse. El delgado se dirigió a la Luisi con una mirada de serpiente y una voz metálica, o de lata. Buenas tardes, señorita, ¿no acaba de entrar aquí un caballero con una cartera? ¿Con una cartera?, preguntó la Luisi, algo nerviosa y con la clara intención de ganar tiempo, pues no se, acabo de salir del almacén y no se si ahora mismo ha entrado alguien. Miró hacia la mesa de Dionisi y Pepón, también lo hicieron los matones. Y ustedes señores, ¿no han visto entrar ahora mismo a un señor con una cartera? Pues, dijo Dionisi, yo creo que no, claro que como estoy enfrascado en la lectura de las noticias. ¿Y usted?, le preguntó el matón a Pepón. No, yo no estoy leyendo nada. Pero le vio entrar. No, no, si es que yo no leo porque soy ciego, dijo Pepón, mientras extraía del bolsillo de su trenca, sorprendentemente, unas gafas de ciego, y se las colocaba con parsimonia, mirando al frente.

El matón de alambre le pidió a la Luisi dos cafés, y le preguntó por los lavabos, con un ademán indicó al boxeador que le hiciera una visita, y el urtain se fue para el lavabo. Durante la evidente inspección sólo se escuchaba el gorgojeo de la máquina de café, la Luisi intentaba concentrarse en ella, Dionisi leía las noticias con aparente interés, Pepón miraba a la pared desde sus gafas negras, y el alambre se encendía un Rex. Regresó el urtain, negando con la cabeza, nada, dijo, pero hay un patio y se puede saltar. El alambre le lanzó al urtain una mirada de cobra. Pues a mí me parecía que había entrado, balbuceó el urtain. La Luisi sirvió los cafés. Los matones se lo tomaron en dos sorbos. Que le debemos, dijo el alambre. Ocho pesetas. Pagó el boxeador, dejó una pela de propina. Que tengan unas buenas tardes, dijo el alambre, y se dirigieron hacia la puerta, antes de salir el boxeador se dio media vuelta, y que tengan unas felices fiestas. Felices fiestas, dijeron casi a la vez la Luisi, Dionisi y Pepón.

Menos mal que me acababa de pasar por la óptica para recoger las gafas de mi padre, dijo Pepón aclarándose la vista. A mí por poco no me da un telele, dijo la Luisi, para mí que esos eran policías, de la secreta. Ni estas, dijo Pepón, esos son dos matones, unos gángsteres. El único que nos puede decir quienes son es el señor que se ha metido en el almacén, advirtió Dionisi. Se fueron los tres para allí, abrieron la puerta del almacén, tardaron en descubrir al señor, oculto tras unas cajas de cerveza. ¿Se han ido?, preguntó. Si, se han ido, le confirmó la Luisi. Menos mal, menos mal, por un momento creí que… Pero quienes son esos señores, preguntó la Luisi. El señor salió de su escondite, agarrando fuertemente la cartera contra su pecho y limpiándose el sudor de la frente con un pañuelo gris, pasó entre el trío y salió del almacén. Quiere que le prepare una tila, le dijo la Luisi. Mejor un coñac, cargadito si puede ser. ¿Le busca la policía?, atajó Dionisi. No, no, esos no son policías. La mafia, aventuró Pepón. El señor prolongó un silencio, peor que la mafia, dijo al fin, mucho peor. La Luisi le trajo una rebosante copa de Fundador, cosa de hombres. Se sentaron los cuatro en una de las mesas, junto al pesebre absurdo, bajo la panera exuberante. Yo sé de un lugar, a través del mar, donde el día brilla más cuando amanece, cantaba Jaime Morey en la radio.

Recuerdan ustedes el incidente de Palomares. Lo de la bomba, recordó Dionisi. Efectivamente, asintió el señor antes de pegar un buen trago de coñac con manos temblorosas, y sin dejar de agarrar firmemente la cartera contra su pecho. Lo de la bomba, sucedió en el sesentiseis, hace ya seis años, como ustedes recordarán, sobre el cielo del pueblo almeriense de Palomares colisionaron un avión de aprovisionamiento y un bombardero B-52 del ejército de los Estados Unidos, este último transportaba cuatro, y puede que cinco, bombas termonucleares B28 de un megatón y medio, bombas que, al desintegrarse los aviones en la colisión, cayeron a tierra, dos de ellas quedaron intactas, una en tierra y otra en el mar, y otras dos cayeron en las proximidades del pueblo, por desgracia en estas dos se activaron los explosivos convencionales que dan paso a la primera reacción nuclear que necesita la bomba para explotar. Pero, interrumpió la Luisi, si dijeron que no había pasado nada, que ni eran peligrosas ni habían explotado, si hasta salió Fraga bañándose en la playa con un americano, y el pescador ese, el Paco de la bomba, todos tan frescos. El señor pegó otro trago de coñac, también largo, también con tembleque. Ja, dijo, eso es lo que les quieren hacer creer, pero de eso nada, yo era físico nuclear y trabajaba para el ministerio de industria cuando sucedió el accidente, enseguida nos llamaron del ministerio de defensa y formé parte del equipo español que participó en las primeras investigaciones que realizamos con los técnicos del ejercito americano. Hizo un alto, aún temblando vació la copa. Miren mis manos, dijo mientras extendía una de ellas, miren como tiemblo, y cada vez va a más, es desde entonces, tengo cáncer, pero nadie sabe decirme que clase de cáncer, según los mejores especialistas es un cóctel de cáncer, un cóctel, que gracia, como si morirse fuera un buen trago. Y dos números más, se escuchó en la radio, a ver a quien felicitamos hoy… tut tut tut, ¿dígame?, ¿doña margarita?

La Luisi fue a por la botella de coñac y le llenó la copa, esta vez no del todo. Es desde entonces, desde entonces que tengo el cáncer, y tengo pruebas, pruebas, pruebas fehacientes de que la mayoría de la población que se vio afectada por el accidente está desarrollando o desarrollará un cáncer en breve, y eso será así durante varias generaciones. Virgen santísima de mi vida, exclamó la Luisi llevándose el delantal a los labios. Pero, observó Dionisi, usted ha dicho que es físico, un científico del ministerio, si dice que tiene pruebas lo único que ha de hacer es ponerlas a disposición de sus superiores, seguro que ellos sabrán valorar la emergencia que hay en el asunto. El señor negaba con la cabeza, y para quien cree que trabajan los dos tipos que me persiguen. ¿Para el ministerio? Estos dos si, pero es que hay otros dos de la Cia que son peores, y luego uno del Kgb que pretende comprarme la información. Esta información, enfatizó mientras mostraba la cartera negra y abultada, aquí lo llevo todo, aquí lo cuento todo, aquí cuento que durante las tareas de rescate los americanos iban con trajes de protección y los españoles con la chaquetilla de todos los días, aquí cuento porqué los americanos se llevaron mil cuatrocientas toneladas de tierra y tomateras, y porqué, si tan inocuas eran, fueron transportadas a Savannah River, y cuento que el quince por ciento del plutonio liberado, unos tres quilogramos de óxidos y nitratos en estado natural, quedó esparcido por toda la zona en forma pulverizada y fue irrecuperable, y cuento que dos años más tarde sucedió un accidente muy similar en la base de Thule, en Groenlandia, pero allí no se silenciaron las repercusiones, y tras un estudio epidemiológico se ha concluido que la tasa de cáncer entre los trabajadores que participaron en la limpieza es un cincuenta por ciento superior a la de la población general, así como la esterilidad y otros trastornos asociados a la radiactividad, aquí, aquí lo cuento todo, aquí. El señor apretaba la cartera contra su pecho. Virgen santísima del amor hermoso, dijo la Luisi, hay que hacer algo.

Fue decir eso, y entrar la Marga en la bodega, directa hacia Pepón. El señor de la cartera la apretó aún más fuertemente contra su pecho. La que faltaba, dijo la Luisi. Tierra trágame, dijo Pepón colocándose las gafas de ciego. La Marga ya estaba encima. Pero Pepito, que llevo todo el día detrás tuyo hijo, que sólo quería decirte que mañana hemos quedado la panda para, pero, pero que haces con esas gafas. Si es que por eso te evitaba, majeta, le dijo Pepón mirando a la pared a través de la invidencia, para evitarte el disgusto de la novedad, es que ayer mismo tuve un accidente y, y ya ves. Ay mi madre, se llevó las manos a la cabeza la Marga, ay mi madre que te has quedao, que te has quedao. Ciego, si, aseveró solemnemente Pepón, como mi padre, será una maldición familiar. Ay mi Pepito, ay mi Pepito, mi Pepito. La madre que inventó a este tío, dijo la Luisi. Pero no has de preocuparte mi Pepito, la Marga se arrodillaba ahora ante su nuevo héroe de las tinieblas, no sufras, yo seré tus ojos, yo seré tu guía, tu lazarilla, conmigo al lado nada has de temer, mi amor, mi amor, mi Pepito, y ahora besaba los cabellos algo lacios de Pepón. Ven, ven conmigo mi amor, mi Pepito, mi cieguecito, ven conmigo, yo te llevaré a casa, y comenzó a levantar de su silla a Pepón, que se resistía, vamos mi amor, te llevaré a casa, te prepararé la cena, te arroparé. Pepón se resistía, si es que, si es que ahora estoy con este señor que, que, que ha venido a verme desde Cuenca y… Huy, intervino la Luisi, si Cuenca está aquí al lado, seguro que este señor puede volver mañana, nada, nada, lo mejor es que la Marga te acompañe a casa, PEPITO, no sea que al ser ciego novato te comas una farola, o peor aún, un camión de la basura, o peor, una, una…

La Luisi, Dionisi y el señor de la cartera vieron como la Marga se llevaba a Pepón cogiéndole del brazo como a una abuela, Pepón con sus gafas de ciego en la punta de la nariz, mirando al frente con la cabeza bien alta, y aunque balbuceando negativas, agarrado ya a la cintura de la Marga. Saliendo, se cruzaron con un señor alto, con el pelo rubio cortado a cepillo, bigote también rubio, jersey negro de cuello alto, pantalones de pinzas, abrigo de ante y gorro de piel, que entraba en la bodega. Oh no, exclamó el señor de la cartera agarrando esta con todas sus fuerzas, el ruso. El ruso se dirigió a la barra, se detuvo ante esta, se quitó el gorro de piel, se quitó los guantes también de piel, y se quedó esperando. Me parece que hay clientes, le dijo Dionisi a la Luisi, está miró al señor de la cartera. No tema, le dijo este, el ruso sólo quiere comprarme los documentos para fastidiar a los americanos, normalmente sólo me sigue, supongo que para ver si conservo la cartera, de vez en cuando me envía mensajes, normalmente son una cifra escrita en alguna servilleta, o en el cristal de algún lavabo.

La Luisi se fue hacia la barra, se escuchaba en la radio a Marisol, la vida es una tómbola, tom tómbola, la vida es una tómbola, tom tómbola… Buenas tardes, que desea tomar. Boenas tarrrden, dijo el ruso, mi querer beberr vozka. ¿Con un poquito de Coca-Cola? El ruso retrocedió, nooon, cocacolen non, niet niet. Cuando la Luisi le sirvió el vaso de vodka el ruso se lo bebió de un trago, cuanto costarr preguntó. Diez pesetas. El ruso pagó con dos duros, y con un extraño billete, dijo boenas tarrrden y, tras ponerse gorrillo y guantes se fue. La Luisi regresó a la mesa con el extraño billete en las manos, que cosa más rara, es un billete ruso, de 100 rublos, dijo mientras se lo mostraba a Dionisi y al señor. Déjeme ver, le pidió el señor mientras cogía el billete, ajá, lo sabía, fíjense en la cifra que hay escrita. Los dos se fijaron, bien que lo hicieron. 5.000.000. Cinco millones de pesetas, ponía. Cinco. La vida es una tómbola, tom tom tómbola, de luz y de color…

La cifra va subiendo, dijo el señor, la semana pasada eran cuatro. Fiuuuu, silbó la Luisi meneando una mano como un abanico. Ni por todo el oro del mundo vendería esta información, apretó el señor su cartera, ni por el oro de Moscú, tengo que encontrar la manera de hacer llegar estos documentos a, a, a… Dudó el señor. ¿A la policía?, preguntó Dionisi. Pero si me persigue el ministerio. ¿A la prensa? Pero que dice, todos sabemos que la prensa está al servicio del gobierno. Pues a la prensa extranjera. No, no, tengo que hacerla llegar a la ONU. Ahí va, dijo la Luisi, la ONU. Yo creo que en la ONU me harán caso, si, me han de escuchar.

Pero cinco millones son cinco millones, dijo la Luisi. Para que quiero yo cinco millones si me estoy muriendo de cáncer, dijo el señor, además, estamos hablando de vidas humanas, tal vez muchas. Y no tiene usted hijos, o familia, insistió la Luisi. Soy sólo en el mundo, suspiró el señor, fui hijo único, como mis padres, así que no tengo ni tíos ni primos ni… Mi mujer murió al poco de casarnos, ni pudimos tener hijos, así que. Que de desgracias, suspiró la Luisi. Dionisi, que nada decía, parecía pensar. El señor dijo que tenía que ir al lavabo, y hacia allí que se fue con su cartera bien agarrada.

Corcholis, dijo la Luisi cuando el señor hubo desaparecido por la puerta del patio, cinco millones, la de cosas que se pueden hacer con cinco millones, ¿no?, seguro que podría montar la asociación de mujeres, imprimiríamos carteles, pondríamos anuncios en la radio y en la tele, igual hasta daba para un programa, ya lo veo, Mujeres de hoy, el magazine de la mujer moderna. Ya, ya, suspiró Dionisi, y yo por fin me podría casar con la Tere, podría comprar el piso, y los muebles, y terminaría hispánicas sin tener que trabajar traduciendo manuales de frigoríficos y estufas, y hasta me compraría un coche para ir a la facultad, ja, se iba a quedar mi suegro de pasta de boniato. Imagínate que navidades, dijo la Luisi mirando el pesebre absurdo. No nos iba a faltar de nada, dijo Dionisi mirando la panera. Oye, añadió la Luisi, que vuelve el señor. Para qué seguir así, viviendo en soledad, sin amor nada es verdad, cantaba en la radio Nino Bravo.

El señor se volvió a sentar. Bueno, dijo secándose el sudor de la frente con un pañuelo gris, creo que el peligro ha pasado, lo mejor será que me marche y no les comprometa más, ya se han arriesgado ustedes bastante. Nada, nada, no tenga usted prisa, dijo Dionisi, tenga en cuenta que a lo mejor esos tipos aún andan por el barrio. Y no sufra por nosotros, dijo la Luisi, cuando una causa es justa es justa, además, que ya va siendo hora de cerrar. La Luisi se dirigió a la puerta, y bajó la persiana de la bodega.

Son ustedes muy amables, en ese caso y ya en confianza me tomaría otro coñaquito, últimamente son tantas las emociones que hay en mi vida. Faltaría más, dijo la Luisi mientras se dirigía a la barra en busca de la botella. Y dice usted, inquirió Dionisi, que en esa cartera está toda la información sobre el asunto de Palomares. Toda. Y no tiene copia. Ninguna copia. Que cosas, dijo Dionisi, quien iba a decir que unas bombas atómicas así de nada… De nada no, que eran de dos megatones. Ya, ya, si yo no le quito importancia a los megatones, pero como el Fraga se bañó tan agustito… Le digo yo que en dos meses Fraga está muerto, por estas. Claro, claro, dijo Dionisi sin quitar ojo de las maniobras de la Luisi, que a espaldas del señor y junto a la barra, se hacía cargo de otra barra, la barra de hierro que utilizaba para bajar la persiana del local, y con ella bien sujeta entre las manos, al modo de un bateador, se acercaba por la espalda al señor. Y en la radio las muñecas de Famosa ya se acercan al portal.

Sonó a sandia, como el cabezón de don Genaro, el joyero, pero en esta ocasión la sangre no salpicó la camisa de Dionisi, de hecho no hubo sangre, aunque el cráneo crujiera como una sandia al abrirse. Lo he matao, preguntó la Luisi. Yo creo que si, dijo el Dionisi observando al señor, que yacía con medio cuerpo sobre la mesa de mármol, si no muerto muy inconsciente. No ha sangrado, observó la Luisi. A veces la sangre se queda dentro de la cabeza, le instruyó Dionisi, pero es peor y se mueren igual. La cartera, donde está la cartera preguntó la Luisi. La cartera estaba en el suelo. Aquí está, dijo Dionisi mientras se agachaba a recogerla. Entonces, sorprendentemente, el señor se incorporó y miró a la Luisa y a Dionisi con cara de alucinado, la cabeza comenzaba a hinchársele y a ponerse morada, pero, dijo vosotros no, vosotros… Y se llevó la mano a un bolsillo de su abrigo y la extrajo sujetando una pistola con silenciador, apuntó a Dionisi, este se cubrió con la cartera, el señor apretó el gatillo, sonó un chasquido pero no una detonación, la pistola se había encasquillado, la Luisi descargó de nuevo la barra de hierro sobre su cabeza, el señor encajó el golpe y comenzó a sangrar por la nariz y las orejas, pero volvió a apretar el gatillo, se escuchó una detonación sorda, Dionisi se agachó, el disparo acertó en la cartera y esta detuvo la bala, la Luisi volvió a descargar su barra en la cabeza del señor, y otra vez, y otra, y otra, pero sonó otro disparo, el proyectil salió en dirección a la panera, la Luisi continuaba descargando su barra, al fin la sandia se abrió y la sangre corrió por el caprichoso río del pesebre, por el musgo se esparcieron cual nieve los sesos, soltó la pistola el físico y se desplomó. Y en la radio, beben y beben y vuelven a beber, los peces en el río por ver a Dios nacer.

Lo he tenido que matar, decía la Luisi con la barra aún en alto, el delantal y el pelo salpicados de sangre. Poco más y me matas a mí, dijo Dionisi, menudo peligro, y lo has puesto todo perdido de sangre, ahora nos tocará limpiar, como cuando la vieja de la mercería, menudo palizón. Aquella fue peor, recordó la Luisi, menuda pelleja, no se moría ni a cuchilladas, y luego no tenía ni un duro, tanto hablar por ahí de sus millones y sus joyas y ni un duro. Menos tenía don Genaro, terció Dionisi, quien iba a decir que casi todas las joyas de la tienda eran falsas. Si es que en este barrio somos todos unos pringaos, chascó la Luisi. Este no, dijo Dionisi señalando con la cabeza al señor físico que yacía en el suelo con la cabeza abierta, este nos ha caído del cielo, como la bomba atómica, y ha venido a cambiarnos la vida, sólo tenemos que esperar a que vuelva el ruso y nos haga una oferta. Seguro, se animó la Luisi, que la sube, igual hasta seis millones. Oye, interrumpió el Dionisis sus nuevas ensoñaciones, saca el cubo y la fregona, que el físico no tiene intención de cerrar el grifo. Anda el machito, dijo la Luisi, pues ya lo puedes ir cogiendo tú, yo voy a ver donde lo metemos hasta que nos deshagamos de él. Enterrémoslo en el patio, indicó Dionisi. No cabe, aún están la mercera y don Genaro. En el arcón de la carbonera. Ocupado, dijo la Luisi, el corredor aquel de verduras navarras. Ya. Ya se, dijo la Luisi, en la cámara frigorífica. Pero ahí entra tu padre. Pero acaba de comprar tres sacos de carne argentina para venderla pasadas las navidades, son grandes, lo podemos meter debajo. En la radio Julio Iglesias cantaba que al final las obras quedan, las gentes se van, otros que vienen las continuarán, la vida sigue igual. Mientras, Dionisi pasaba el mocho por la bodega y la Luisi acondicionaba la cámara frigorífica.

Al día siguiente, estaba Dionisi en su mesa tomándose su vermú con anchoas cuando entró Pepón con las gafas y el bastón de ciego de su padre, tanteando con este la bodega llegó hasta la mesa de Dionisi. Veo que sigue la broma, le dijo este. Ni broma ni narices, le respondió Pepón, es la única manera, le he dicho a la Marga que ahora lo nuestro no es posible, que el otro día en el Records yo iba con intención de ennoviarla, pero que en mi actual condición no es posible, ella es joven y no puedo condenarla a mis tinieblas. Pero, has dejado a tu padre sin gafas y sin bastón. Bueno, le he dicho que la óptica aún no tiene las gafas arregladas, y en cuanto al bastón, lo anda buscando por toda la casa. Menudo estás hecho. Oye, advirtió Pepón, es que nadie sirve aquí, donde está la Luisi. Pues, creo que está en la cámara frigorífica. Que ganas, con este frío natural, y oye, cuéntame, como terminó ayer el asunto con ese señor. Qué señor. Como que qué señor, pues el de la cartera, el de los papeles de Palomares. Ah, ese señor, si, dijo Dionisi. ¿Volvieron los matones del ministerio? ¿Esos?, no, no, que va, el señor se tomó el coñac, nos dio las gracias y se fue. Hombre, no me digas que le dejasteis ir así sin más, con los matones en la calle, sin prestarle ayuda o, o… ¿O qué? No se, admitió Pepón, algo, llamar a la policía. Si no quiso, ya le dijimos, o a la policía o a la prensa, nada, no quiso, decía que tenía que ir a la ONU, y ahí nosotros ya no le podíamos ayudar ¿no? Claro, claro, admitió Pepón, a la ONU no, no se, claro. Ya te digo, no podíamos hacer más, así que le invité a los coñacs, que no se tomó pocos, y luego yo salí para ver si estaban los matones en la calle, no estaban, y el señor se despidió y se fue. Pobre hombre, dijo Pepón, menuda historia la suya, ¿tú crees que era verdad? A saber, intervino la Luisi entrado por la puerta del patio, desde luego no será por locos, en América ha salido uno que dice que al Kenedi lo mataron los marcianos desde un platillo volante. No, si locos hay, admitió Pepón, pero el señor parece muy serio, es un físico, y luego los matones. A saber, insistió la Luisi, igual eran policías y el físico era un, es un impostor. Pues a mí me parecieron unos matones, y el señor dijo que son peor que la mafia. No, si tú por imaginar cosas, zanjó la Luisi, si es que mírate, haciéndote pasar por ciego, si no se puede tener peores ideas. Bueno, bueno, se encogió Pepón, no me grites que ahora tengo el oído muy desarrollado, y ponme una cervecita. Ponle tapa doble, terció Dionisi, que por ahí viene la Marga.

La Marga entraba en la bodega con los brazos abiertos, Pepito, mi Pepito, mi amor, mi amor imposible pero mi amor. Pepón se incomodaba a medida que la Marga se acercaba a la mesa, que cuando llegó se arrodilló junto al prisionero de las tinieblas. Mi cieguecito, ¿sabes quien soy? Mujer, claro, dijo Pepón, pero ya te he dicho que lo nuestro no… Es igual, mi Pepito, es igual lo que me digas, cieguito de mi vida, si tú eres ciego yo soy sorda y no escucho tu renuncia. No será muda, pensó la Luisi mientras pasaba un trapo por la barra. Mira Pepito, le dijo la Marga a Pepón, mira, y le enseñaba un papel, un décimo de la lotería de navidad. Mira, he comprado este número para nosotros, mira que número, el 01924, el 19 son mis años y el 24 los tuyos, mira, nuestros años, seguro que mañana nos tocará, nos tocará el gordo y seremos millonarios, nos podremos casar, y podríamos ir a México a que te vieran los mejores especialistas, y te operarían, y recuperarás la vista, y entonces me verás, por primera vez me verás y entonces. Pero, la interrumpió el incomodado ciego, si llevo toda la vida viéndote, si me quedé ciego anteayer mismo, y además que lo mío ya me han dicho que se cura nunca, vamos, jamás. No digas eso mi cieguecito, ahora lo dices por que ha sido todo muy reciente, pero cuando nos toque la lotería lo verás todo de otra manera.

Oye maja, intervino la Luisi desde la barra, pues ya que estás tan segura de que te va a tocar el gordo porque no compras una participación de la bodega, sorteamos esa panera, así, si no te toca una cosa te toca otra, como te va a tocar. Todos miraron la exuberante panera que había sobre la nevera, incluso Pepón. Que dices mi vida, le dijo la Marga a Pepón, lo compro o no lo compro, claro, pobrecito mío, tú que vas a decir si no puedes ver la panera, pero no te preocupes mi amor que yo miro por ti, mira, hay muchas botellas, unas de vino y de champán, y hay. Pero mujer, protestó Pepón, que la panera ya la he visto, que soy ciego reciente. Pues nada, si te gusta compro un número, anda maja, dame un número, mira, no, dame dos que le llevaré uno a mi padre. Mira, dijo la Luisi entre dientes y mirando de reojo la barra de cerrar la persiana, que rumbosa se ha vuelto la chica. Ay hija, suspiró la Marga, el amor, que lo cambia todo. Y lo confirmaba Nino Bravo desde la radio de la bodega, mi gran amor has sido tú, aurora cielo y paraíso de juventud, mi gran amor, si no es por ti mi vida vacía sin luz estaría.

Salían de la bodega la Marga y Pepón, él tanteando con su bastón a pesar del abrazo fatal de su lazarilla, y esta con sus números para el gordo, cuando se cruzaron con el ruso, que entraba y ante la coincidencia no pudo evitar chocar con Pepón. Vaya usted con cuidado hombre, protestó Pepón, que soy ciego. Osted perddnorarr, señorr, se disculpó el ruso. Es que la ceguera de mi novio es reciente, le aclaró la Marga, y aún no ve bien.

En la barra, el ruso repitió su ceremonioso despojamiento de ropas de abrigo, entonces dio las boenan tarrden. La Luisi le atendió con indiferencia, haciendo ver que no lo reconocía, al fin y al cabo, pasan muchas personas de un día por la bodega. El ruso pidió un vodka, la Luisi se lo sirvió. Dionisi, en su mesa, leía el Noticiero Universal. El ruso se bebió el vodka de un trago, dejó el vaso vacío en el mostrador, miró a la Luisi a los ojos. Osted tenerr billete antiguo, le preguntó el ruso. Si, le dijo la Lusi, ahora el billete lo tenemos yo, y él, dijo señalando a Dionisi con la cabeza. El ruso miró a Dionisi, que ahora miraba al ruso. El ruso su fue para la mesa de Dionisi, se sentó frente a él. ¿Tú tenerr ahorra billete? Si, confirmo Dionisi. Yo querer verr billete. Desde luego, asintió Dionisi, pero para eso necesitamos algo de intimidad, le importa si mi amiga baja la persiana de la bodega. No importar, mocho mejorr intimidad. La Luisi se fue para la persiana y la bajó. Luego volvió a la barra y llenó el vaso de vodka del ruso y dos vermús para ellos. En la radio, Joaquín Prats recordaba a los oyentes que mañana era la retransmisión de la lotería de navidad, el gordo, amigos, el gordo, y usted señora, se imagina si le toca el gordo, sabe cuentas mantas podría comprar en… ¡la Casa de las Mantas!

Dionisi le mostró el billete de 100 rublos al ruso sin dejar de sostenerlo en sus manos. Si osted tenerr billete también tenerr maleta con documenten. En efecto, dijo Dionisi dejando el billete sobre la mesa. Me juego algo, pensó Dionisi, a que no me pregunta por el físico, menudos son estos espías. El ruso le pegó un trago a su vaso y lo vació, luego cogió el billete y lo puso delante suyo, extrajo un bolígrafo de su abrigo, y tacho la cifra que había escrita en el billete. La sube, pensó la Luisi tragando saliva millonaria. El ruso escribió otra cifra, y empujó el billete suavemente hasta ponerlo ante Dionisi. Dionisi miró la cifra. Pero, exclamó, pero que tomadura de pelo es esta. Qué pasa, preguntó la Luisi. Mira. La Luisi leyó la cifra, ¿un millón?, pero si al físico le ofrecía cinco, nos toma por tontos. El físico, dijo el ruso con parsimonia, haberrse ganado el dinerren, ustedes no, niet, serr última oferrta. Anda ya, gritó la Luisi, que te crees tú eso, la maleta la tenemos bien guardada, y si no sube la oferta del físico no hay maleta. Bien, dijo el ruso, y sacó una pistola con silenciador de su abrigo, osted traerr carrtera y yo darr ahorra un millón, si no yo matarr a su amigo, y apuntó a Dionisi, y loego a osted, y la apuntó a ella.

Haya paz, haya paz, dijo Dionisi, negociemos, yo creo que podemos llegar a un acuerdo, lleva usted razón cuando dice que el físico se había ganado su jornal y nosotros pues, vamos, digamos que somos unos recién llegados a esto del espionaje, si no le digo yo que no, anda Luisi, ponle otro vodka al amigo ruso y ya verás como podemos entendernos porque, al fin y al cabo, usted tiene la pistola, pero nosotros tenemos los documentos, y tenga en cuenta que nos hemos cargado al físico, si, no me mire así, nos lo hemos cargado, somos unos novatos pero no tontos, nos lo hemos cargado, caput, así que bien podríamos ser un par de locos y por mucho que usted nos pregunte donde está la cartera no se lo decimos por pura cabezonería, ni que nos mate, entonces qué. El ruso, embriagado por la repentina verborrea de Dionisi, cogió instintivamente el vaso de vodka recién llenado por la Luisi y se lo bebió de un trago, lo dejó en la mesa, junto al billete. Ser última oferta, dijo, y levantó la pistola apuntando a la cabeza de Dionisi, apretó suavemente el gatillo y el martillo de la pistola se alzó. ¿Dónde estarr maleta?

Sin pensárselo la Luisi se lanzó sobre el ruso, de lo grande que era a penas consiguió molestarle, pero si lo bastante para mover su brazo y desviar el disparo, que salió en dirección a la panera. Dionisi se lanzó también sobre el ruso, con la intención de inmovilizarle el brazo y de paso la pistola. Forcejearon, momento que aprovechó la Luisi para ir a buscar la barra de hierro. Y con ella comenzó a golpear al ruso en la cabeza. Ay qué bien bracea la mulilla mía, con sus campanillas trota de alegría, cantaba en la radio Manolo Escobar.

Al día siguiente, cuando por la tarde llegó Dionisi a la bodega, atendía la barra el señor Julián. Como está su hija, le preguntó Dionisi, me han dicho que hoy no atiende porque ayer tuvo un accidente. Ay, hijo, respondió el señor Julián afligido, que yo no se que hace esta chica pero dice que le cayó un tonel en la mano y se ha lesionado. Bueno hombre, esas cosas pasan, le reconfortó Dionisi. ¿Qué esas cosas pasan?, se extrañó el señor Julián, pero que hacía moviendo toneles, a ver cuando se ha visto una chica moviendo toneles, hay que estar fuerte, es cosa de hombres, pues ella no, erre que erre, ay chico, yo no se si eso de las feministas es bueno o malo, pero desde luego mi chica es más bruta que un arao. Bueno, hombre, ya le pasará. Pero si no va a encontrar novio, coño, se enfadó el señor Julián, como no le toque el gordo, pero ná, ni el reintegro. Vaya, dijo Dionisi, ya veo que no ha habido suerte con la lotería, yo tampoco he rascado un número. Dionisi miró a la nevera que había junto a las mesas, la panera ya no estaba en su sitio. Anda, es verdad, recordó Dionisi, y a quién le ha tocado la panera.

A la Marga, respondió el señor Julián, mejor dicho, a su padre, ya sabes, ese que es inspector de la comisaría del barrio, Requelmez se llama, ha venido al mediodía a buscar la panera, no veas que susto, lo han traído una pareja en un coche patrulla, y cuando han aparcado ahí delante y luego han entrado en la bodega vaya susto me he llevado, luego ya cuando se ha presentado y ha dicho que venía por la panera se ha arreglado todo, hasta se han tomado un vinito, que estaban de servicio pero el comisario ha dicho que siendo navidad un día era un día, claro que cuando se han ido, tendrías que ver que pinta, que parecía como si la panera fuera detenida, si es que se ve cada cosa detrás de una barra.

Mientras, en su casa, en la cocina, la mujer del comisario Requelmez comenzaba a cortar el jamón de la panera, cuando reparó en que la apetitosa pierna mostraba dos agujeritos. Que raro. Los miró bien, sin duda eran dos agujeros, y tenían el borde chamuscado, como si lo hubieran pinchado con un hierro candente. Mariano, Mariaaaano, gritó llamando a su marido, ven a ver, que te han timado con el jamón. En la radio de la cocina, Miguel Ríos cantaba que la orquesta de los presos empezaba ya a tocar, que tocaron rock and roll, y que todo se animó.

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