02 marzo 2009

"Luna llena"



Por Cofrade Tamburete Kid

A Don Ignacio Pizarra lo fueron a buscar bien entrada la noche. Todo fue muy rápido. Le hicieron vestirse con lo justo, le vendaron los ojos y se lo llevaron en un coche negro. Después lo condujeron a un desguace de coches en las afueras de la ciudad. Una vez allí lo introdujeron en una barraca de paredes de ladrillo y techo de Uralita. Le interrogaron y luego, tras desnudarlo completamente, lo ataron de pies y manos, lo amordazaron y lo dejaron encerrado, sólo y a oscuras.

A partir de ese momento la noche se le hizo más negra a Don Ignacio. Con el paso de las horas se le haría interminable. Permaneció así durante todo el día siguiente. Hizo sus necesidades dónde y como pudo y no probó agua ni comida. Tampoco hubiera podido: tal era la descomposición de su estómago. Finalmente, bien entrada la noche, vinieron a buscarle y, tras un nuevo interrogatorio, se lo volvieron a llevar, apenas con la ropa puesta y otra vez con una venda en los ojos. En el trayecto pensó que ahora vendría lo peor, que de ésta no iba a contarlo. Sintió frenar al coche y el alma se le vino a la boca, vomitó un líquido mucoso y blanquecino, todo lo que tenía en el estómago. Le hicieron descender y caminar apenas unos metros. Cuando creyó llegada la hora le desataron las manos y le dijeron que no se moviera, que no abriera la boca. Luego oyó arrancar al coche y cómo se iba alejando. Parece que te libraste, se dijo aún con el miedo contenido. Se quitó la venda de los ojos, descubrió que la noche era de luna llena y que estaba a unas pocas calles de su casa. Sí, te libraste, dijo ahora con la boca pequeña y amarga.

Su mujer le recibió con el rostro demacrado y bañado en lágrimas. Don Ignacio se abrazó al cuerpo rechoncho de Doña Asunción y lloró hasta la saciedad. Ella le preparó el baño y la cama. Mientras se desvestía, Don Ignacio reparó en que tenía los muslos y las nalgas pringados de mierda. Doña Asunción recogía las prendas con ternura y sin asomo de ningún asco. El le preguntó, sin darse la vuelta, frente a la pared, si habían llamado del sindicato. Ella dijo que no, que nadie más que ella estaba al tanto de lo sucedido. Bien, dijo él, ahora es cuestión de aparentar que nada ha pasado. Ella lo miró inquieta, tenía una duda que no podía ocultar, finalmente le preguntó si había hablado. El no dijo nada y se acercó a la ventana. La noche seguía siendo noche de luna llena. A lo lejos, por la autopista, se veían los destellos de las luces de la policía. Se acercaban al barrio. En la calle todo estaba tranquilo. Nada presagiaba el desenlace. Cerró la ventana y se sentó en la cama a esperar. Encendió un cigarrillo. Viendo subir las volutas de humo se relajó. Al fin y al cabo, pronto todo estaría listo y finiquitado.

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