02 marzo 2009

"Semblanza del fútbol pre-Adidas"



Por Cofrade Sofá S

Supongo que conocen la ley no escrita que dice que los jugadores de fútbol solo tienen derecho a un nombre, puede ser el nombre, el apellido, o apócope del nombre o apellido, pero uno solo. Mientras que a los entrenadores nos referimos por el nombre y el primer apellido, Gregorio Manzano, Helenio Herrera, Victor Fernández, Arsenio Iglesias, Vicente Miera, Javier Clemente, Vicente del Bosque, Victor Espárrago, Luís Aragonés, etc. Por último, los árbitros son conocidos por sus dos apellidos, Undiano Mallenco, Turienzo Álvarez, Daudén Ibáñez, Ortiz de Mendibil, Urízar Azpitarte, Andujar Oliver, etc.
Ahora, en lo que quizá no hayan reparado ustedes es en la sonoridad que tenían antaño los nombres de los jugadores de fútbol, Calleja, Rodilla, Cardeñosa, Eladio, Cacho, Pepín, Gorriz, Capón, Glaria, Rodri, etc., eran nombres rotundos, que figuraban al pie de aquellos cromos de vivos colores que muchos coleccionábamos, aunque nunca lográbamos completar. Había jugadores que debían su celebridad entre los chavales a lo difícil que era conseguir su cromo. Recuerdo que Gaynés consiguió el cromo de Montesinos, mientras que todos los demás teníamos un hueco en la tercera casilla de la segunda línea del C.D. Sabadell, entre Marañón y Ortuño. Aquel curso Gaynés fue la envidia de todos nosotros.
Otra curiosidad eran los jugadores que como su nombre coincidía con el de otro había que numerarlos, como a los reyes. Los había que se entendía que su nombre necesitara numeración, Martín II o Herrera II. En otros casos no dejaba de ser sorprendente la coincidencia, Lesmes II, Chirri II, Gonzalvo III, Quincoces II. También era mala pata que con nombres tampoco corrientes hubiera más de uno que triunfara en el fútbol.
A mí me fascinaban los nombres de algunos defensas centrales, Cortabarría, Berruezo, Verdugo, Barrachina, Arieta II, ya solo con el nombre imponían, a ver qué delantero se atrevía con tipos que se llamaran así. En la actualidad, con tanto jugador extranjero, se han perdido las resonancias épicas de los nombres. Es que incluso los nombres de los jugadores nacionales han perdido sonoridad, ya no imprimen carácter, quizá ello se deba a que se les conoce por el nombre de pila, Xavi, Raúl, Joaquín, y no creo que en futuro mejore con la presente moda de poner nombres anglosajones como Chrishian o Jonathan. En tercera división aún se mantenía, hasta hace poco, la mítica del nombre, como el caso de Carvajal, obviamente defensa central, en este caso del C. E. Europa, cuya filosofía de juego sostenía que pudiera ser que la pelota pasara, pero el jugador seguro que no.
En aquella época, digamos pre-adidas, mi abuelo y yo consagrábamos los domingos al fútbol, éramos los primeros en levantarnos, desayunábamos un profundo tazón de café con leche en el que echábamos barquitos de pan que se transformaban en submarinos hasta que ya no quedaba líquido que absorber. Después había que limpiar los zapatos, resabios de la vida cuartelaría de mi abuelo, y por último nos aseábamos. En aquellos tiempos, la ducha diaria no formaba parte de nuestras costumbres, aunque eso sí, nos aseábamos cada día, es decir, nos lavábamos básicamente la cara, el cuello, detrás de las orejas, los brazos y los sobaquillos.
Una vez desayunados y en perfecto estado de revista, mi abuelo y yo nos encaminábamos al campo del Antoniana. El campo del Antoniana era un campo de fútbol anexo a una parroquia, que con el paso del tiempo y por la presión inmobiliaria fue encogiéndose y su superficie, antaño rectangular, acabo por aproximarse peligrosamente al cuadrado. En aquel campo los espectadores estaban de pie y se situaban a escasa distancia de la línea de cal que delimitaba el terreno de juego. No recuerdo que hubiera linier, lo hubiéramos tenido al alcance de nuestros escupitajos, ahora arbitro si había, lo que me amplió considerablemente el campo semántico de las ofensas. Habitualmente veíamos dos partidos en el campo del Antoniana, primero uno de infantiles y a continuación uno de juveniles.
Después de comer y de la inevitable siesta de mi abuelo, nos íbamos a ver al Atlético Baleares. Claro que esto era un domingo sí y otro no, cuando el Baleares, que era como lo llamábamos los aficionados, jugaba en casa. El Baleares tenía estadio propio con campo de césped y sus gradas de cemento y todo, yo no creía que hubiera ninguna diferencia apreciable con el Camp Nou o con el Santiago Bernabeu. Al saltar los equipos al campo me quedaba extasiado con el colorido de la indumentaria de los jugadores sobre el fondo verde del campo. Debo admitir, que en tercera división, que era la categoría en que militaba el Baleares, se practicaba un fútbol bastante primario, que abusaba de la táctica del pelotazo a seguir, y si algún delantero del Baleares se encontraba con la pelota en las proximidades del área rival y se entretenía un poco con el balón, siempre había alguien del público que rugía, “a barraca, maricón”. En ocasiones, si no marcaba el Baleares y el partido languidecía, mi expectación decaía notablemente, pero había un puesto de chuches en el estadio que suplía la carencia de emociones del juego. Acabado el partido, mi abuelo y yo no nos podíamos entretener, había que ir rapidito si queríamos llegar a tiempo de ver el partido que daban por la tele. No me pregunten porqué, pero cuando la tele era en blanco y negro los partidos los daban el domingo por la tarde, creo recordar que hacía las siete de la tarde. El partido de la tele ponía el punto final a nuestra jornada de fútbol.
Durante aquellos domingos mi abuelo me enseñó, por contagio, a saborear el fútbol, ese espectáculo en el que se hermana la emoción del enfrentamiento con la plasticidad del deporte. También experimenté la decepción ante el héroe derribado, la amargura por la caída de mi gran mito, que no era otro que Pastor. Pastor era el defensa central del Baleares, era alto, rubio, fornido, expeditivo y lanzaba las faltas con gran potencia. Transmitía esa seguridad, esa solvencia que caracterizó a Beckenbauer. Vale, me he pasado, Pastor tenía muchísima menos calidad futbolística y era muchísimo más bruto que Beckenbauer, pero ambos cumplían funciones similares, eran un referente para el equipo, le daban aplomo, su sola presencia constituía toda una garantía. Pues bien, en el partido clave para el ascenso del Baleares a segunda división, entonces no existía eso de la segunda B, a falta de un minuto para el final y cuando el Baleares rozaba la proeza, Pastor cometió un penalti intencionado que nos privó del merecido ascenso. Pastor, mi ídolo, había sucumbido a la tentación del dinero. Desde aquel día, mi abuelo y yo jamás volvimos a mencionar su nombre.

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