02 marzo 2009

"El día que me quieras"



Por Cofrade Tamburete Kid

Tumbado en la cama, Pancorvo mira al techo. Un techo amarillento, desconchado, con leves grietas que parten de una esquina cerca de la ventana y que se ramifican igual que en un mapa los ríos de un continente. Pancorvo mira al techo pero no ve techo alguno. Su mirada deambula por dentro, de sí, de su cabeza. De su cabeza abollada y huérfana de pelambre. De pequeño le llamaban cabeza perro. Ahora, por menos de la mitad le recompone a uno la cara. No es que sea feo, pero su aire difícil siempre tira para atrás. Un aire, cómo decirlo, algo así como la tramontana, pero sin ruido. Pancorvo tiene la facultad de crear el vacío a su alrededor. Ya está acostumbrado. Son los demás los que deberían irse acostumbrando. No hay manera. Y ya no importa. Nunca tuvo un amor, una novia, un amigo. Si tuvo padres fueron de préstamo. Una vez, el hijo del vecino, el de la lechería, le ofreció jugar con él a la pelota. Pancorvo pensó antes en la trampa escondida que en la oportunidad del juego. Y el niño se encontró de repente con dos medias pelotas. El niño no lloró, no dijo esta boca es mía, cogió las dos mitades y se fue cabizbajo. Pancorvo, navaja en mano, esperaba un motivo, algo para lanzar su rabia, pero el niño no hizo la menor alusión a nada. Antes de entrar en el portal de la lechería el niño tiró las dos mitades a las zarzas, luego desapareció. Literalmente, desapareció. Pancorvo era el amo de la calle, de las esquinas oscuras, de las aceras vacías, de las farolas rotas. Siguió siéndolo toda su vida. El dueño de la ausencia, del silencio, de la oscuridad. Pancorvo, antes cabeza perro ahora… no se puede decir. O sí, pero muy bajito, muy suave, tanto que al decirlo no se muevan los labios… tanto que…
Ahora Pancorvo gira la cabeza, esa cabeza de perro abollada, y busca detrás de la cortina que separa el baño. La mujer canturrea un viejo tango. La voz se confunde con los chapoteos del agua en el bidet. Él nunca tuvo un amor, un amigo, nada… Escucha la canción. Es un tango. A él le gustan los tangos pero éste no es de su agrado. La mujer se seca la entrepierna con la toalla y canturrea, “el día que me quieras…”, Pancorvo se levanta y busca en el pantalón… “la rosa que engalana…”, saca la navaja del pantalón y la abre sin ruido… “se vestirá de fiesta”, la navaja abierta reluce con la luz del sol… “con su mejor color”, se acerca a la ventana y la cierra… “Al viento las campanas…” contempla por un instante la calle llena de gente. Esa no es su calle. Este no es lugar. Nunca lo ha sido. Despacio, Pancorvo corre la cortina, la cortina roja. Roja…
“dirán que ya eres míay locas las fontanasme contarán tu amor.
La noche que me quierasdesde el azul del cielo,las estrellas celosasnos mirarán pasary un rayo misteriosohará nido en tu pelo,luciérnaga curiosaque verá…”

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